martes, 21 de agosto de 2012


Cuando uno está mayor,
sus ojos se resisten a abrirse,
y parpadear cuesta más y más.
La costumbre de levantar el párpado se deteriora, y casa vez se hace más duro ver.
Los momentos de agonía y oscuridad se prolongan.
La pupila y el iris se ven forzados a llamar a la puerta carnosa que los cubre.
Toc-toc ¡Toc-toc! y se consigue parpadear con esfuerzo.
Como cuando abres una puerta vieja y deteriorada.

Pero cuando la edad avanza, golpear empieza a ser insuficiente.
¿Qué será lo siguiente, llamar al timbre?
Sí, y que se produzca un sonido, un pitido.
Ese pitido que se confunde con la llegada de la muerte.
El esfuerzo nos vence:
pretendiendo salvarnos, tentamos a ahogarnos con el ruido del timbre.
Una alarma, un aviso. La manera de abrir los ojos a la muerte cerrando los párpados para siempre.

Menos mal que todavía tengo 18 años. Y mis ojos se abren casi sin querer, de manera automática, llenos de vitalidad.