Empiezo tímido y reservado
a caminar sobre la franja de mi infancia.
La arena cede ante mis pasos
y rencorosa anota mi recorrido en su piel.
La brisa,
bromea con mi cuerpo desnudo.
El agua llega a mis pies
una y otra vez
ligera, suave, cautelosa
abraza a mis dedos
y roza mis tobillos.
Viene, se va,
como-quien-no-quiera-la-cosa
avanza.
En la inquietante lejanía
se encuentra el mar
más azul que nunca
todavía arropado por los brazos de la tierra.
Cada suspiro es una ola
y cada ola una señal de vida.
Me veo a mi mismo jugando.
Pala, cubo, rastrillo
mi madre en la toalla.
En la orilla, descansarán siempre los niños.
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